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Los hermanos Juan Ramón Cruz Almánzar y Amín Cruz |
Hoy, al cumplirse seis años de tu partida física, quiero elevar mi voz, mi recuerdo y mi corazón para honrar tu memoria, querido hermano Juan Ramón. Aunque tu espíritu se marchó de este mundo, todos los momentos compartidos, tus consejos sabios, tu abrazo cálido y tu ejemplo de vida permanecen imborrables en mi alma.
El tiempo ha pasado, sí, pero tu recuerdo sigue vivo, tan nítido y cercano como el primer día. Es un faro silencioso que guía mis pasos en los momentos de duda, que me fortalece cuando flaqueo, y que me abraza en el silencio de la nostalgia. Aún resuena en mi interior tu voz, tu risa franca, tus palabras cargadas de historia, experiencia y humanidad.
Recuerdo con cariño nuestras tardes de dominó, tus abrazos después del almuerzo, esa forma tuya tan auténtica de recibir y compartir. Tu ausencia, hermano mío, sigue doliendo. Es un vacío profundo, una herida que el tiempo no cierra, pero que se vuelve sagrada cuando uno comprende el valor de tu legado.
Echo de menos nuestras conversaciones sobre historia y tu papel en ella: tu paso firme por la milicia, tu valentía en los días de la Revolución de Abril, tu trabajo honesto en el campo, y ese compromiso que siempre tuviste con tu familia, tu comunidad y tu país. Me haces falta, hermano. Me hace falta tu mirada serena y tu inquebrantable fe en la vida.
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Juan Ramón Cruz Almánzar |
Sin embargo, hoy elijo el recuerdo por encima del dolor. Elijo honrarte desde la gratitud, desde el ejemplo que fuiste y sigues siendo. Hombre trabajador, serio, sincero, humilde y valiente; con una fuerza interior capaz de mover montañas. Eras un hombre íntegro, forjado en la adversidad y modelado por los valores más nobles.
De niño compartí camino, y aunque hubo momentos de severidad -sí, aquel lazo y aquella barra- hoy comprendo que detrás de esa dureza se escondía una lección de disciplina, de carácter y de amor. Aquella enseñanza, que entonces me dolía, hoy la entiendo como una semilla de formación que germinó en quien soy.
Cada vez que regreso a República Dominicana, hago la peregrinación silenciosa al camposanto donde descansas junto a nuestros padres Paulino y Ana María, y nuestros hermanos Mario y Camila. Allí, frente a tu sepulcro, doy vuelta al símbolo, convencido de que no estás solo, que estás con ellos en la paz eterna. Allí voy, como quien visita un santuario, sabiendo que un día volveremos a encontrarnos.
Sigo queriendo y respetando profundamente a Reina, a tus hijas e hijos, a su madre, a tus amigos y vecinos. Aunque la vida y la salud no me han permitido estar tan presente como quisiera, no he dejado de cumplir la misión que tú me encomendaste, guiado siempre por tu recuerdo y por el amor que sembraste.
En este sexto aniversario, elevo mis oraciones al cielo, convencido de que estás rodeado por la luz divina, abrazado por la paz de Dios y el cariño eterno de quienes te antecedieron. Te celebro con lágrimas, sí, pero también con alegría por haber compartido la vida contigo. Porque haber sido tu hermano ha sido un regalo, una bendición que guardo con profundo orgullo.
Tu legado permanece vivo. En cada gesto honesto, en cada lucha digna, en cada palabra con valor, tú sigues hablando. Y yo, como hermano, como testigo de tu vida, seguiré honrándote mientras respire.
Poema a mi hermano Juan Ramón Cruz Almánzar