Ilustración por Jorge Restrepo
Se fue José «Pepe» Mujica a quien muchas personas en el mundo querían.
Su nombre, José Alberto Mujica Cordano, se desdibujó en el afecto que la gente le tenía. Fue un hombre
de izquierda sin salvajismos, con un corazón generoso y puesto al servicio de
los demás.
Nació en Uruguay en 1935. Su vida fue de
aquellas que cincela hombres de pensamientos claros, con ideas provocadoras,
con acciones que reinventan al hombre como especie. Su vida se apagó a los 89
años.
«Pepe», fue guerrillero porque creía en la
búsqueda de la igualdad entre los seres humanos. Comprendió que cuando la
palabra y las acciones pacíficas no convencen, los gritos del fusil, en
ocasiones, se convierten en la única forma de expresión de los oprimidos. Su rebeldía
le llevó a la prisión durante 13 años. Fue, definitivamente, un batallador, un
hombre que amaba la palabra que reivindica, que fustiga y que ayuda a ser
mejores seres humanos.
Fue diputado y ministro de ganadería,
agricultura y pesca. Posteriormente fue presidente del Uruguay desde donde se
hizo querer del mundo por la austeridad, por su palabra no que usaba no para
engañar sino para enseñar. Quiso que quien lo escuchara reflexionara sobre los
asuntos más elementales de la vida. Uso la sabiduría de su palabra para convencer a la gente sobre el poder de
las ideas y el respeto por ellas.
Enseñó
sobre el amor que perdura por encima de las más adversas circunstancias. Amó y
fue amado por su compañera de siempre: Lucia Topolansky a quien quiso desde
siempre y para siempre.
En su sangre albergaba la palabra liberación y
libertad. Algunos de sus ascendientes participaron en los levantamientos contra
opresores como Aparicio Saravia.
Conoció el dolor de sentir como la vida se
escapa por los disparos a su cuerpo. Sufrió la tortura que en lugar de quebrantar
su voluntad, reafirmó sus ansias de servir a los demás en la búsqueda de la
igualdad para todos, en el logro de una vida digna para sus hermanos de
planeta.
Beneficiado por una ley de libertad regresó
amnistiado a la vida social y en 2009 llega a la presidencia de su país.
Fue un presidente diferente: un maestro de
verdades, un expositor de reflexiones que impelía al resto de los hombres, a
ser mejores, a ser honrados, a tener concordancia entre la palabra y las
acciones. Y aunque pudo contaminarse de burgués rechazó los lujos del poder.
Vivió en sencillez que predicaba y lanzó diatribas contra el consumismo
exacerbado que guía a la sociedad hoy. Vivió como predicó y eso pocos lo
logran.
En su «chacra» humilde recibió a personajes
importantes de la vida pública y con ellos compartió su palabra, su sentir, su
visión de la vida a la que fue fiel hasta la muerte.
Cuando hablaba sus palabras tocaban el alma de
la gente, no solamente la de los que tenían años de vida. No: los jóvenes también
eran atrapados por su palabra, los enamoraba saber que había algo más allá de
las ansias de dinero; que hay causas por
las que vale la pena luchar.
Se fue el hombre que muchos admiramos y para
reafirmar su esencia de hombre modesto pidió que lo enterrasen junto a su amada
perra «Manuela» un gesto sencillo que reafirma su conexión con lo simple y lo
verdadero. Allá el paso del tiempo, que todo lo borra, irá llevando hacia el
olvido a un hombre bueno, el mejor título que pude dársele a un ser humano.